– Usted pasa, paulatinamente, del psicoanálisis a la psicología social. ¿Cuáles fueron sus principales razones?
– Pienso que se debe a que cada vez me fue interesando más el aspecto social, la actividad de los grupos en la sociedad. Claro está que ello implicó abandonar la concepción psicoanalítica ortodoxa, a la que me había entregado con tanta pasión. Esa ruptura, lo he reconocido, significó un verdadero obstáculo epistemológico; una aguda crisis que me llevó muchos años superar. Pienso que recién quedó resuelta con la publicación de mi libro que no casualmente se titula Del psicoanálisis a la psicología social. Para mi, ese libro significa una rendición de cuentas documentada y una toma de conciencia definitiva.
– ¿Diría que hay ventajas operativas en la aplicación de las técnicas de la psicología social frente al psicoanálisis ortodoxo?
–Si. La psicología social ofrece una mayor capacidad operacional y la posibilidad de hacer accesible el análisis a grupos de personas que no podrían costearse un tratamiento individual. Es una “democratización” del psicoanálisis, y por lo tanto lo hace más útil, eficaz para la sociedad.
– ¿Qué bases tuvo para desarrollar su concepción de la psicología social?
–Mis planteos, esencialmente, surgieron de una praxis. Y creo que el primer antecedente está en esos grupos operativos de enfermeros que proyecté en el Hospicio de las Mercedes. Estimo también que mis concepciones estuvieron sugeridas, en parte, por algunos trabajos de Freud: Psicología de las masas y Análisis del yo. Más aun, creo que, en realidad, el verdadero fundador de la psicología social es Freud. Claro está que no tuvo continuidad en esa tarea. Si analizamos el trabajo que he citado queda en evidencia que alcanzó por momentos una visión integral del problema, o sea de la compleja interrelación hombre-sociedad. Pero, a pesar de ello, no pudo abandonar una concepción antropocéntrica, lo que le impidió desarrollar un enfoque dialéctico.
– Desde el ámbito de la “antipsiquiatría”, especialmente por parte de Laing y Cooper, y desde otras zonas del pensamiento sociológico y contestatario, se cuestiona la concepción de la psicología clásica por centrar su enfoque en el individuo, desentendiéndose de la sociedad y la familia, una institución que se considera en crisis, tendiendo a desaparecer, y de esencia represiva. Estas críticas persisten aún en relación a
la moderna psicología social, sin dejar de puntualizarse que la misma no entiende a la familia como “el centro básico de comprensión y ubicación casual de las patologías mentales”, sino que, por lo contrario, la ve tan sólo como una institución mediadora de la influencia social. ¿Cuál es su opinión sobre estas criticas?
– La “antipsiquiatría” es una concepción impulsada por sujetos muy capaces. Muy conectados con el pensamiento de Sartre, pero, finalmente, con desviaciones serias en la teoría y en la práctica. Su mayor utilidad radica en haber puesto en acción a los terapeutas jóvenes para pensar más, para plantearse a fondo cuestiones sobre las que hay que volver una y otra vez. Es decir, son “estimuladores”, con raíces también místicas, que descarto, y surrealistas, con las que siento afinidad. Por ello mismo, tengo coincidencias y discrepancias con
Laing y con Cooper. Rechazo, por ejemplo, el concepto de alienación de Laing y la función que tiene la familia dentro del esquema de Cooper. Pienso que es preciso distinguir los distintos tipos de familias y los diferentes medios sociales en los que se inserta el núcleo familiar.
Por ejemplo, es muy particular y significativo el rol de la familia en un país dependiente, y muy distinto el que cumple en un país industrializado. Y esto se visualiza fácilmente si comparamos la familia norteamericana con la típica familia sudamericana. Hay entre ellas profundas diferencias y roles distintos a cumplir; también han tenido modelos diferentes.
Sigo considerando a la familia como una estructura social básica, y a la enfermedad mental como la crisis, no de un sujeto, sino de una estructura que configura ese grupo familiar. Y he establecido el concepto de portavoz: o sea que el enfermo es el portavoz de la enfermedad del grupo.
Los conflictos sociales golpean en el núcleo básico, la familia. Allí es donde todas las privaciones tienden a globalizarse, donde se configura una estructura depresiva que encontrará un “chivo emisario” en uno de los miembros de la célula.
Se habla de muerte de la familia, pero yo no creo que ésta, más allá de sus graves crisis, pueda llegar a desaparecer. Es una institución indestructible. El rol de padre, de madre, de hijo, son roles permanentes, legítimos, propios de cualquier cultura, y se han mantenido en toda la historia de la humanidad. Esto no hace que desconozca los problemas, y muy de fondo, que tiene la familia. Pero entiendo que la tarea correcta no es anunciar decesos que no se producirán, sino investigar sus crisis y modificar la realidad familiar mediante técnicas sociales idóneas para lograr nuevas ideologías en esta institución, para ir perfeccionándola. Hasta que se conviertan en verdaderos centros de aprendizaje dinámico de la realidad y del amor, generando así una amplia capacidad comunicativa. Hay que instrumentar debidamente a las familias y ello requiere una nueva ideología.
Se trata, insisto, de superar las causas principales de esta crisis, que son la falta de comunicación entre los miembros o bien una comunicación desviada que se estereotipa en un determinado momento del desarrollo de la familia, creándose así un obstáculo fundamental.
Por otra parte, es preciso aclarar que la psicología social no pone su acento en la familia, lo pone en la interacción entre familia y sociedad. Parte de un hecho real: que la familia es el núcleo de la estructura social, y busca investigar la interacción entre el centro y el conjunto social. Y el esquema, siempre en espiral, se completa con el individuo, que integra en forma dinámica la familia y la sociedad. No hay nada rígido. Si se modifica la familia, se modifican la sociedad y el individuo. Y si se lo modifica a éste habrá un cambio de familia y sociedad. Pero el acento, insisto, se pone en la interacción del núcleo con su estructura.
También he sostenido que hay una doble dimensión del comportamiento, vertical y horizontal. Y que toda corrección de un proceso se logra a través de la explicación de lo implícito ; ello requiere una psicología dinámica, histórica y estructural. Esta concepción coincide con la que en el plano económico-social distingue una superestructura de una infraestructura y ubica a la necesidad como el verdadero impulso motor.
Dentro de un proceso terapéutico, la resolución de las fisuras entre ambas dimensiones de comportamiento, vertical y horizontal, se obtiene a través de un instrumento de producción expresado en términos de conocimiento que permite el pasaje de la adaptación pasiva a la adaptación activa de la realidad. La primera significa alienación.
Extracto de CONVERSACIONES CON ENRIQUE PICHON RIVIERE – Sobre el arte y la locura- Vicente Zito Lema